jueves, 16 de enero de 2020

EL SALVADOR

Sintió como una mano la cogió del brazo empujándola hacia delante. Inmediatamente empezó a temblar y su rostro empalideció.



Silvana estaba agachada lavando la ropa de la familia. Era un poco complicado hacerlo pues su inmensa barriga de 8 meses de gestación no le daba la agilidad suficiente que añoraba.

Su hija de 9 años realizaba las tareas diarias de la escuela mientras su esposo terminaba de arreglar una instalación eléctrica en el hogar.

A finales de los 90, Silvana como millones de madres peruanas de clase media baja, lavaban la ropa a mano. Ella acompaña su faena con música. Agua Marina, Armonía 10 y Ruth Karina cantaban sus grandes éxitos en la hoy desaparecida Radio Fuego.

La parte más complicada del lavado para ella era el enjuague. Tenía que arrojar toda el agua de la tina hacia el desagüe para poder llenarla con agua limpia. Debido a su estado, siempre llamaba a su esposo para que él cargara la pesada tina por el pasaje que llevaba hacia el hueco del desagüe.
Sin embargo, Silvana recordó que su esposo estaba manipulando las instalaciones eléctricas y creyó que no era conveniente que regrese a su labor con las manos húmedas. Pensó en su hija de 9 años pero la muy renegona no le gustaba que la interrumpan cuando estudiaba. Esta chancona de mierda, murmuró Silvana entre molesta y orgullosa.

Como buena chola trabajadora y guerrera, ella misma alzó la pesada tina. Caminaba despacio tratando de mantener el equilibrio pues los 2 kilos 800 de su bebé eran un peso adicional. Se demoró 20 segundos llegar hasta el buzón del desagüe. Se agachó para botar el agua sucia y justo cuando estaba por erguirse una patadita del bebé hizo que perdiera el equilibrio.

Sintió como una mano la cogió del brazo empujándola hacia delante. Inmediatamente empezó a temblar y su rostro empalideció.

Mamá ¿qué te ha pasado?, preguntó su hija asustada mientras llamaba a gritos a su padre. Armando bajó del segundo piso. Pensó que se había caído. ¿Qué ha pasado mujer? Gritaba mientras Silvana seguía temblando. A los pocos segundos las primeras palabras entrecortadas salieron.

Un…una ma...mano. Una mano. Me ha empujado una mano y no hay nadie ahí. Me ha tocado un muerto. ¡Un muerto! gritó desesperadamente.

Su esposo salió corriendo hacia el pasaje de la casa en donde el buzón del desagüe seguía abierto. Lo tapó. Luego a viva voz lanzó todas las lisuras conocidas y aquellas que su hija recién pudo conocer.

Ya está. Dijo Armando orgulloso de haber “espantado” al muerto, fantasma, ser, alma o como se quiera llamar. Con las lisuras las almas se van de la casa y ya no nos molestarán, dijo más tranquilo intentado calmar a la pequeña chancona que abrazaba a su madre y acariciaba a través de la panza a su hermanito.

Una hora más tarde. Silvana, más calmada, repasó en su mente lo ocurrido. Se revisó el brazo por si había una marca. Las creencias que heredó de su familia decían que cuando te agarraba un muerto te aparecen como moretones. No había marca, ya no había susto.

De pronto una nueva patadita de su bebé iluminó su mente. ¡Me ha salvado! Gritó Silvana. Yo había perdido el equilibrio y sino fuera por el empujón me hubiera caído en el buzón. ¡Me ha salvado! Y quizás pude haber lastimar a mi bebé, les dijo a su esposo e hija. Luego de aquello la familia hizo una breve oración agradeciendo a aquel fantasma salvador y disculpándose por no saber entender lo ocurrido. Sobretodo Armando que no habló lisuras en mucho tiempo.

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