miércoles, 13 de febrero de 2019

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL PS1


La primera vez que me enamoré fue cuando tenía 11 años. Año 2000, primer día de clases, carpeta tercera, fila del medio y ahí estaba: Martín.

Dentro de mi timidez siempre buscaba la manera de llamar su atención. Le preguntaba por la tarea, le pedía prestado un lapicero, tonteras de adolescente colegial pero Martín era un completo distraído por no decir medio idiota.

Recuerdo que apenas sonaba el timbre de la salida, él y casi todos los chicos de mi grado, salían corriendo rumbo al play.

¿Qué es el play?
Es donde van a jugar Play Station.
¿Play Station? Ahhh Nintendo.
No. Play Station. Es una nueva consola y todos van a jugar ahí en la casa de un señor que alquila el juego por horas.
Y ¿tienen que correr como locos?
Es que las máquinas se acaban y de ahí hay que esperar una o dos horas. Ese sitio está repleto de todos los chicos del cole.

Carlita, mi amiga sabía del tema pues su hermano John era uno de aquellos que esperaba con ansias la hora de salida. Y por supuesto en ese grupo estaba mi adorado Martín.

Vamos al play. Acompañame.
¡Estas loca! A ese lugar van puros hombres. Además me sorprende que quieras ir a ese sitio sobre todo tú.

"Sobre todo tú" odiaba esa frase que me etiquetaba como la chica buena, la chancona del salón y la asistente a la catequesis que no podía romper las seudo reglas por el siempre temible "que dirán".

De todos modos convencí a Carlita y me acompañó al play. Habían como 10 televisores y por cada uno dos jugadores, cada uno con su mando y sus miradas hipnotizadas a las pantallas. La mayoría jugaba PES y los otros CRASH CAR entre ellos Martín.

Me acerqué hacia donde jugaba él y obviamente se sorprendió al verme. En realidad todos los chicos de mi colegio nos miraban como bichos raros. Y peor aún cuando le dije al señor que atendía que yo también quería jugar.

A partir de ese día, iba todos los días a jugar CRASH CAR. Perdí el miedo al que dirán y me adentré en el mundo de Coco, Pura, Polar, Papu Papu,  las bombitas, los nitros, los turbos y un sin fin de personajes y elementos de carrera que se volvieron parte de mi adolescente vida. También jugaba un poco de PES, Tekken y Street Fighter.

Mis ganas de hacerme notar frente a Martín dieron resultados y no podía echarme para atrás. Fue entonces que en ese momento el amor nació.

No. Martín no se enamoro de mí más bien yo me enamoré del play. Salía del colegio iba de frente a jugar play. Terminaba de almorzar, ya vengo me voy al play. Juntaba 50 céntimos, voy un ratito nomás. 

Sí, me convertí en una adicta. Mis dedos estaban resecos por la presión constante de los mandos. Mis ojos rojos por estar horas frente a la pantalla. Mi estómago afligido porque comía a deshora. Y el grito al cielo llegó cuando mis padres vieron mis notas en el colegio y en todos los cursos baje considerablemente. 

Y fue así que el idilio, play station - chancona del cole, no era compatible y empezó a decaerse hasta consumirse por completo.

Hoy casi 19 años después recuerdo al Play Station 1 con nostalgia. Lo conocí persiguiendo un amor y al final me enamoré de él. Sí, me envicie, nuestra relación se volvió tóxica para mi salud y estudios, quizás pude haberme controlado para llevar una relación más sana pero mis padres, mis amigas, los profesores, los catequistas y el machismo de esa época me alejaron de mi PS1.

Con el tiempo conocí a las nuevas versiones pero ninguna será
como la primera . No cambiaría por nada nuestras largas tardes juntos frente al televisor. Conservaré por siempre los buenos momentos en el memory card de mi corazón.

martes, 5 de febrero de 2019

LA MUERTE DEL PAPÁ DE SERGIO


Mi primer contacto de cerca con la muerte fue cuando tenía 7 años. Los pasos presurosos de mis vecinos de un lado a otro, el llanto de algunas mujeres, la mirada aturdida de Sergio y su papá acostado sobre el suelo; me hicieron saber que algo había alterado la constante tranquilidad de mi barrio.
Sergio vivía al frente de mi casa. Era 5 años mayor que yo pero eso no fue impedimento para que siempre quisiera jugar conmigo desde que yo tenía 2 años según mi mamá, pues yo no recuerdo. Quizás nos hubiéramos convertido en grandes amigos y pudiera hoy recordarlo mejor pero todo cambio desde aquella noche de jueves.

-          Señor una salchipapa.
-          Camilita de sol o de cincuenta.
-          De cincuenta señor
-          Cremas.
-          Mayonesa, mostaza y kétchup.

Las salchipapas eran la sensación en los noventa y de a pocos en cada esquina de los barrios aparecían los llamados carritos salchipaperos o sangucheros. Uno de los dueños de aquellos carritos era el papá de Sergio. Todos mis vecinos le compraban. Se  había convertido un ritual juntarse con los amigos en esa esquina.
En mi caso sólo iba a comprar y regresaba corriendo a casa.  Mis tíos que estaban a cargo de mi cuidado mientras mis padres trabajan, no les gustaba que esté en la calle. Es más, mi tío me veía desde la puerta de mi casa mientras yo corría feliz a comprar.

-          Y cuando seas grande ¿qué quieres ser?
-          Quiero ser como mi papá.
-          ¿Vas a vender salchipapas?
-          Sí, pero tendré un restaurante y seré el cocinero.
-          Y tú, ¿qué quieres ser?

Me quedé en silencio por varios segundos, sin saber que responder hasta que un grito nos sobresaltó.
-          Sergiooooooo, Sergioooooooo llama a una ambulancia, corre a la comisaria, apúrate.

Tras los gritos de la mamá de Sergio, todos mis vecinos salieron de sus casas. En ese momento sentí como me elevaba. Mi tío me cargó y me llevó adentro. En sólo segundos un tumulto rodeó el carrito de las salchipapas.

-          ¿Qué pasa tía?
-          Nada hija no mires, no mires.

Mi tía me decía esto mientras una de sus manos tapaba su boca y la otra intentaba taparme los ojos. En ese momento el tumulto se fue disipando y vi solo las piernas del papá de Sergio tumbadas en la vereda.
En ese instante no comprendí inmediatamente que había pasado. Pero todo fue entendido a los pocos segundos cuando la mamá de Sergio empezó a llorar con desesperación.
Cuando llegó mi papá a casa, salté a abrazarlo y  lloré  desconsoladamente.

-          ¿Qué te pasa?
-          Papá nunca te mueras por favor.
-          Tranquila hijita, tranquila.

Recuerdo que lloré hasta quedarme dormida, aterrada recordando una y otra vez al papá de Sergio. Miles de preguntas llenaban mi cabecita inocente e intentaban entender qué era la muerte.
La vida continuó en el barrio. Los niños crecieron, los jóvenes maduraron y los adultos se volvieron más sabios.  Desde aquel día ya no me sentí la niña protegida por su familia, ese día comprendí que había muchos Sergios en el mundo y me sentí afortunada de no ser uno de ellos.

FRÍO EN VERANO

Luces, torta, bocaditos, tragos, música. Todo estaba listo para la fiesta de Julio. Me tomó un par de horas adornar la terraza y acomodar l...