La última
vez que la vi tenía los labios secos, los ojos hundidos y la redondez de su
cara fue reemplazada por unos pómulos marcados que reflejaban angustia.
Ojalá le
hubiera dicho algo, ojalá me hubiera preocupado realmente por ella. Mis
preocupaciones triviales me convirtieron en un ser frío que ahora se descongela
al saber lo que Rosa ocultaba.
Era una
chica que andaba ilusionada de todo. Siempre daba vueltas por toda la tienda
tarareando su canción favorita “Desesperada” de Marta Sánchez. Nadie podía imaginar que el título de aquella
canción sería la premonición de su vida días después.
En la tienda
éramos cuatro chicas: Sonia, Thalía, Rosa y yo. De todas Rosa era la más joven
recién había cumplido 23 años. En su
primer día de trabajo estaba muy entusiasmada con juntar dinero para poder
viajar y conocer más del Perú. Quería ir a Puno.
Un día una
misteriosa rosa apareció sobre el estante de la tienda con una pequeña nota que
decía “Una rosa para Rosa”. Estaba enamorada. El hombre en cuestión era un
misterio para nosotras. Nunca vino a buscarla al trabajo. Sólo sabíamos que se llamaba Ernesto y tenía
30 años.
Nos pareció rarísimo
que Rosa no nos cuente más de su vida amorosa con Ernesto, considerando lo
habladora que era. Al poco tiempo su
actitud cambió. Se volvió muy reservada
y cada vez que hablaba por teléfono con él se iba al baño o salía a la calle
para que no escucháramos.
Ninguna de
nosotras se preocupó por este cambio en el humor de Rosa. Particularmente tenía
muchos problemas por resolver como juntar más dinero para alquilar mi nuevo
departamento, comprarme el celular de última generación que tanto anhelaba y conquistar el amor de Diego.
Ahora todo
suena tan estúpido e irrisorio. Sin embargo Rosa pudo recuperarse de su repentina
depresión y su ánimo volvió.
Nuevamente
empezó a tararear su canción favorita y a los pocos meses nos presentó a su
nuevo novio. Se fue con él a Puno y se tomaron muchas fotos en el Lago
Titicaca. Al menos eso intenté imaginar cuando unos días después de su extraña desaparición, encontré en su
casillero un sobre con una breve nota junto a una rosa marchita.
“Ernesto hoy perderé a nuestro bebé.
Ahora podrás ser feliz con tu esposa. Te devuelvo tu rosa tu devuélveme a la
Rosa que un día fui”.
Aquella nota
no enviada fue lo último que supimos de ella. Su familia aún continúa
buscándola.