Hilda, doña Hilda, seño, tía,
mami. A cualquier llamado ella respondía siempre esbozando su amplia sonrisa.
Tenía aproximadamente sesenta y tantos años. Las canas abundaban entre los
pocos cabellos negros que aún le quedaban de su gastada juventud.
Sus hábiles manos preparaban con
mucho esmero “higaditos fritos” en una esquina de la transitada avenida Colón
en el centro de Lima. Hilda se instaló con su carrito como todas las noches. Se
puso el mandil, sacó la carne cruda, prendió el fuego y empezó a freír.
Será una madrugada más, pensó;
sin embargo no imaginaba que horas más tarde se convertiría en la mujer más
buscada por la policía y por toda la prensa local.
Hilda sólo vivía para trabajar y
trabajaba para su niña. La pequeña estaba por cumplir 5 años, no era su hija
era más bien su nieta. Ella era el motor para seguir adelante, para seguir
luchando.
La medianoche había llegado y la
clientela habitual empezaba a desfilar delante del carrito de Hilda. Estaba
Janet que se prostituía para dar de comer a su hijo pequeño; Jorge el taxista
nocturno que tenía a su madre con cáncer; Rita que vendía cigarrillos,
caramelos y chocolates para pagar sus estudios y por último Jean Pierre que comercializaba todo
lo robado del día para exhibirlo en las veredas en la noche.
Cada uno tenía diferentes
historias pero después de aquella madrugada se convirtieron en los personajes
de una sola con Hilda como protagonista.
Todos coincidían en que vieron a
Hilda irse al amanecer como siempre. Janet contó que su último cliente la dejó
a una cuadra desde donde estaba la comerciante y logró verla alejarse con su
carrito. Rita también la vio en ese momento mientras esperaba su combi que la
llevaría de regreso a casa. Jean Pierre la divisó a lo lejos al doblar la
esquina mientras guardaba cuidadosamente la mercadería que no fue vendida.
-
¿Y tú Jorge, que viste? – dijo el capitán Soto
mientras lo miraba muy de cerca.
-
Yo no vi nada jefe, yo estaba haciendo una
carrera por La Molina, no volví al centro.
-
¿A dónde fuiste entonces?
-
A mi casa vivo en Ate, me quedaba de camino jefe.
Jorge había hecho su mejor
actuación. El taxista jamás diría que fue él quien le hizo la carrera a Hilda
para su casa. Tampoco diría que se desvió en el camino donde tres hombres subieron
al auto y amenazaron a la mujer con una pistola. Jorge nunca revelaría que
fueron hasta un solitario cajero automático en Ate Vitarte a las 6 de la mañana
donde obligaron a la asustada madre a sacar los ahorros de su vida. Jorge no
olvidaría el rostro golpeado y ensangrentado de Hilda mirándolo por el espejo
retrovisor. Nunca confesaría a la policía que detuvo el auto en un descampado
mientras su víctima lloraba. Nadie tenía que enterarse que sin ninguna pizca de piedad disparó cinco veces
contra el cuerpo cansado de la sexagenaria mujer.
-
¿Cómo conseguiste la plata hijito?
-
Mamita linda trabajando duro en el taxi. Ahora
podremos operarte para que vivas muchos años más mi viejita.
-
Eres tan bueno hijo mío, tienes un lugar ganado en
el cielo.
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