13
de Octubre de 1942
Las
yemas de sus dedos apenas pudieron sentirlo. Rosario luchaba con todas sus
fuerzas y con su último aliento echó a correr más fuerte pero era insuficiente.
El tren se marchó y con él todas sus esperanzas, toda su vida.
7 de Octubre de 1942
Siempre a las seis de la tarde, Rosario estaba lista en su ventana para poder
observarlo. A esa hora él pasaba por su calle, abriéndose paso entre niños
escuálidos, ancianos con débil andar, calles llenas de basura e incluso algún
cadáver que aún no era recogido, todo eso formaba parte del escenario envuelto
en una bóveda gris llena de miseria.
Pero Rosario olvidaba por un instante todo ese horror al verlo pasar.
Estaba enamorada.
- ¿De quién está enamorada Rosario? - sonó con fuerza la voz de su hermano.
- De nadie - respondió presurosa su madre.
- En estos tiempos el amor es una estupidez, apenas podemos ir al mercado
y regresar con vida a casa. Todo por culpa de esos malditos alemanes y esta estúpida
guerra que no acaba. ¡Estoy harto, cansado!
Rosario volteó a ver a su hermano y sintió el peso del mundo en sus
hombros, en parte tenía razón. ¿Cómo pudo haberse enamorado? quizás era una
señal, un soplo de vida en medio de tanta muerte, no lo sabía, tampoco buscaba
entenderlo solo podía sentirlo.
5 de Septiembre de 1942
Rosario
regresaba a su casa, ya faltaba muy poco para el toque de queda. Empezó a
caminar un poco más rápido pero la aparición de un tanque de guerra alemán la
detuvo en el acto. Sabía que era el fin. Se quedó petrificada al igual que
otras seis personas que pasaban cerca de ahí. La calle se quedó en silencio,
sólo podía escucharse la agitada respiración de aquellas siete almas desdichadas.
De
pronto, Rosario sintió que alguien la agarró del brazo y la arrastró hacia un
callejón. Era un joven alto, su piel era tan blanca que podían notarse las
venas de su frente y cuello, sus ojos eran celestes y fríos. Rosario estaba
aterrada, no supo que hacer. Después de sólo segundos intentó hablar pero sus
labios quedaron sellados por completo ante el estridente sonido de cientos de
balas que caían sobre aquellas siete almas miserables, en realidad seis pues la
suya había sido salvada.
7 de Septiembre de 1942
Rosario
no podía dejar de pensar en sus ojos celestes. Menos ahora que había salvado su
vida.
- Cómo te llamas – le dijo.
- Rosario – le contestó.
- No deberías estar en las calles a esta
hora. Vamos te llevo a tu casa.
- ¿Por qué lo hiciste?
- ¿Hacer qué?
- Me salvaste la vida, pudiste haber muerto.
- Pero viví y tú también.
Este
mismo diálogo lo repasó en su mente una y otra vez. Sus pensamientos se
esfumaron al escuchar el fuerte rugir del tanque de guerra seguido de la ráfaga
de disparos. Eran las seis de la tarde. Se asomó a su ventana y ahí estaba él.
La miró y le sonrió.
- ¿Cómo puedes sonreír? Muchacha insensible,
aléjate de la ventana – susurró su madre que estaba escondida debajo de la
mesa.
22
Septiembre de 1942
Rosario
había ideado la manera de poder comunicarse con “el chico de los ojos celestes”
era mejor nombrarlo así pues su nombre era muy difícil de pronunciar. Escribía una nota y la escondía en un rincón
del callejón donde se conocieron. Él también le dejaba notas. Sólo sus miradas
se cruzaban a las seis de la tarde. Ella desde su ventana, él desde la calle y
una sonrisa cómplice era suficiente para alimentar su amor.
12
Octubre de 1942
- ¡No subas a ningún tren, huye! –
Las
palabras de aquella nota, fueron extrañas. ¿Qué significaba? Rosario encontró
la respuesta al día siguiente.
13 de Octubre de 1942
Rosario bajó resignada las escaleras, los soldados
habían llegado a su edificio y desalojado a todas las familias incluida la
suya. Iban a ser llevados a un campo de concentración donde estarían más
seguros, donde habría agua, alimentos y medicinas. Eso dijeron.
Llegaron a la estación de trenes y todo se veía
normal. Lo que más le daba pena era que no se pudo despedir de su amado “el
chico de los ojos celestes”. En ese momento recordó la nota y al ver la falsa
sonrisa de los alemanes observando a aquellos que subían al tren, comprendió el
mensaje.
-
Era eso, nos van a matar – gritó.
-
¡Cállate loca! – dijo su hermano. Nos iremos a un lugar seguro.
-
¡Nooo! ¡Nos matarán! – gritó aún más fuerte
llamando la atención de los soldados.
Sus padres intentaron calmarla. Y su madre le tapó
la boca con su mano.
-
No pasa nada sargento, le da un poco de miedo los
trenes nada más, estará bien – dijo su madre intentado parecer cordial.
Pero los temores de Rosario desaparecieron en el
momento en que lo vio. Estaba parado en el último vagón de otro tren. Estaba como
siempre uniformado, tímidamente le sonrió y alzo su brazo izquierdo para
despedirse. El tren empezó a moverse. Impulsada por su desesperación de no
volverlo a ver, se lanzó a correr detrás del tren.
-
No, no te vayas, ayúdame – gritó desesperada Rosario. Mientras
un estruendoso ruido se oyó detrás de ella.
Las yemas de sus dedos apenas pudieron sentirlo.
Rosario luchaba con todas sus fuerzas y con su último aliento echó a correr más
fuerte pero era insuficiente. El tren se marchó y con él todas sus esperanzas,
toda su vida.
Rosario notó que el rostro de su amado también se
invadió de tristeza y sus manos taparon su rostro.
Al voltear de regreso a la estación. El reloj
marcaba las seis de la tarde. Rosario encontró a sus padres llorando y a una
muchedumbre rodeando su cuerpo sin vida sobre los rieles del tren.
Interesante, bien Giuly, sigue escribiendo.
ResponderEliminarGracias César y sí seguiré escribiendo. saludos
EliminarDisfrute leer con detalle cada línea de esta historia. <3
ResponderEliminarMe alegra mucho que lo hayas disfrutado
Eliminar