martes, 11 de julio de 2017

A LAS SEIS DE LA TARDE

13 de Octubre de 1942

Las yemas de sus dedos apenas pudieron sentirlo. Rosario luchaba con todas sus fuerzas y con su último aliento echó a correr más fuerte pero era insuficiente. El tren se marchó y con él todas sus esperanzas, toda su vida.


7 de Octubre de 1942

Siempre a las seis de la tarde, Rosario estaba lista en su ventana para poder observarlo. A esa hora él pasaba por su calle, abriéndose paso entre niños escuálidos, ancianos con débil andar, calles llenas de basura e incluso algún cadáver que aún no era recogido, todo eso formaba parte del escenario envuelto en una bóveda gris llena de miseria. 

Pero Rosario olvidaba por un instante todo ese horror al verlo pasar. Estaba enamorada.

-       ¿De quién está enamorada Rosario? - sonó con fuerza la voz de su hermano.
-       De nadie - respondió presurosa su madre.
-       En estos tiempos el amor es una estupidez, apenas podemos ir al mercado y regresar con vida a casa. Todo por culpa de esos malditos alemanes y esta estúpida guerra que no acaba. ¡Estoy harto, cansado!

Rosario volteó a ver a su hermano y sintió el peso del mundo en sus hombros, en parte tenía razón. ¿Cómo pudo haberse enamorado? quizás era una señal, un soplo de vida en medio de tanta muerte, no lo sabía, tampoco buscaba entenderlo solo podía sentirlo.


5 de Septiembre de 1942


Rosario regresaba a su casa, ya faltaba muy poco para el toque de queda. Empezó a caminar un poco más rápido pero la aparición de un tanque de guerra alemán la detuvo en el acto. Sabía que era el fin. Se quedó petrificada al igual que otras seis personas que pasaban cerca de ahí. La calle se quedó en silencio, sólo podía escucharse la agitada respiración de aquellas siete almas desdichadas.

De pronto, Rosario sintió que alguien la agarró del brazo y la arrastró hacia un callejón. Era un joven alto, su piel era tan blanca que podían notarse las venas de su frente y cuello, sus ojos eran celestes y fríos. Rosario estaba aterrada, no supo que hacer. Después de sólo segundos intentó hablar pero sus labios quedaron sellados por completo ante el estridente sonido de cientos de balas que caían sobre aquellas siete almas miserables, en realidad seis pues la suya había sido salvada.

7 de Septiembre de 1942

Rosario no podía dejar de pensar en sus ojos celestes. Menos ahora que había salvado su vida.

-       Cómo te llamas – le dijo.
-       Rosario – le contestó.
-       No deberías estar en las calles a esta hora. Vamos te llevo a tu casa.
-       ¿Por qué lo hiciste?
-       ¿Hacer qué?
-       Me salvaste la vida, pudiste haber muerto.
-       Pero viví y tú también.

Este mismo diálogo lo repasó en su mente una y otra vez. Sus pensamientos se esfumaron al escuchar el fuerte rugir del tanque de guerra seguido de la ráfaga de disparos. Eran las seis de la tarde. Se asomó a su ventana y ahí estaba él. La miró y le sonrió.
-       ¿Cómo puedes sonreír? Muchacha insensible, aléjate de la ventana – susurró su madre que estaba escondida debajo de la mesa.

22 Septiembre de 1942

Rosario había ideado la manera de poder comunicarse con “el chico de los ojos celestes” era mejor nombrarlo así pues su nombre era muy difícil de pronunciar.  Escribía una nota y la escondía en un rincón del callejón donde se conocieron. Él también le dejaba notas. Sólo sus miradas se cruzaban a las seis de la tarde. Ella desde su ventana, él desde la calle y una sonrisa cómplice era suficiente para alimentar su amor.

12 Octubre de 1942

-       ¡No subas a ningún tren, huye! –
Las palabras de aquella nota, fueron extrañas. ¿Qué significaba? Rosario encontró la respuesta al día siguiente.

13 de Octubre de 1942

Rosario bajó resignada las escaleras, los soldados habían llegado a su edificio y desalojado a todas las familias incluida la suya. Iban a ser llevados a un campo de concentración donde estarían más seguros, donde habría agua, alimentos y medicinas. Eso dijeron.

Llegaron a la estación de trenes y todo se veía normal. Lo que más le daba pena era que no se pudo despedir de su amado “el chico de los ojos celestes”. En ese momento recordó la nota y al ver la falsa sonrisa de los alemanes observando a aquellos que subían al tren, comprendió el mensaje.

-       Era eso, nos van a matar – gritó.
-       ¡Cállate loca! – dijo su hermano.  Nos iremos a un lugar seguro.
-       ¡Nooo! ¡Nos matarán! – gritó aún más fuerte llamando la atención de los soldados.

Sus padres intentaron calmarla. Y su madre le tapó la boca con su mano.

-       No pasa nada sargento, le da un poco de miedo los trenes nada más, estará bien – dijo su madre intentado parecer cordial.

Pero los temores de Rosario desaparecieron en el momento en que lo vio. Estaba parado en el último vagón de otro tren. Estaba como siempre uniformado, tímidamente le sonrió y alzo su brazo izquierdo para despedirse. El tren empezó a moverse. Impulsada por su desesperación de no volverlo a ver, se lanzó a correr detrás del tren.

-       No, no te vayas, ayúdame – gritó desesperada Rosario. Mientras un estruendoso ruido se oyó detrás de ella.

Las yemas de sus dedos apenas pudieron sentirlo. Rosario luchaba con todas sus fuerzas y con su último aliento echó a correr más fuerte pero era insuficiente. El tren se marchó y con él todas sus esperanzas, toda su vida.

Rosario notó que el rostro de su amado también se invadió de tristeza y sus manos taparon su rostro.

Al voltear de regreso a la estación. El reloj marcaba las seis de la tarde. Rosario encontró a sus padres llorando y a una muchedumbre rodeando su cuerpo sin vida sobre los rieles del tren.



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