“Qué difícil es cuando las cosas no van bien…” Su
melancólica mañana iniciaba apropósito con el tema de José José. Su alma
masoquista quería recordarse a cada instante el amor que perdió.
Todo pasó tan rápido, estaba atrapado. Una sonrisa, un hola,
una solicitud de amistad aceptada en Facebook. Así empezó todo. Luego llegó un
almuerzo, una salida al cine, unas flores amarillas, la clásica “pela en casa”,
un beso, una caricia, un sentir. Nació un amor.
Un mal gesto, una tardanza, un pensamiento político, un
vicio, una dependencia, un comentario inmaduro, un capricho y muchos defectos más salieron a flote y
provocaron las primeras vanas peleas. Pero se pudo sobrevivir el amor seguía
ahí.
Siguieron los sueños, los viajes, los planes, los nuevos
retos, pasó un año, dos, tres, cuatro, más pasión, más amor, más todo. Eran una
sola alma. Eran todo. Era el clímax de la relación. Más flores amarillas
adornaban su cursi amor.
Un tonto mensaje de texto provocó un ataque de celos. Los
celos trajeron inseguridades. Y la inseguridad depresión. La depresión trajo
rabia y la rabia trajo el primer insulto que dejó la primera herida no física,
esa que dispara el alma. La agresión nació.
Los años seguían pasando. Sus encuentros se volvieron rutina.
La agresión verbal continuó creciendo. Se instaló con todo su abecedario. Se
volvió normal. El amor perdió su esencia y se convirtió en costumbre. Llegó un
día que todo colapsó. Y cuando las heridas estuvieron a punto de convertirse en
físicas, ambos corazones ya no pudieron
soportarlo más. Uno de ellos huyó.
Quiso recuperar el tiempo perdido. Quiso buscarla. Quiso
reconstruir lo que ambos destruyeron pero jamás se animó a hacerlo. Las
palabras hirientes aún retumbaban en sus oídos. La herida casi física lo lleno
de vergüenza. Ganó el orgullo y la desolación se instaló en él.
Un día despertó con una pizca de esperanza. Sabía que “el
que ama no puede pensar todo lo da y el que quiere pretende olvidar y nunca
llorar” Y él la amaba. El orgullo tomó un descanso y un creciente júbilo lo
impulsó a buscarla. Sin embargo al llegar a su casa las flores amarillas que
llevaba contrastaban con los trajes oscuros del gentío. Ya era tarde. Ella había
partido.