lunes, 20 de enero de 2020

UNA HISTORIA DE AMOR


“Qué difícil es cuando las cosas no van bien…” Su melancólica mañana iniciaba apropósito con el tema de José José. Su alma masoquista quería recordarse a cada instante el amor que perdió.

Todo pasó tan rápido, estaba atrapado. Una sonrisa, un hola, una solicitud de amistad aceptada en Facebook. Así empezó todo. Luego llegó un almuerzo, una salida al cine, unas flores amarillas, la clásica “pela en casa”, un beso, una caricia, un sentir. Nació un amor.

Un mal gesto, una tardanza, un pensamiento político, un vicio, una dependencia, un comentario inmaduro, un capricho  y muchos defectos más salieron a flote y provocaron las primeras vanas peleas. Pero se pudo sobrevivir el amor seguía ahí.

Siguieron los sueños, los viajes, los planes, los nuevos retos, pasó un año, dos, tres, cuatro, más pasión, más amor, más todo. Eran una sola alma. Eran todo. Era el clímax de la relación. Más flores amarillas adornaban su cursi amor.

Un tonto mensaje de texto provocó un ataque de celos. Los celos trajeron inseguridades. Y la inseguridad depresión. La depresión trajo rabia y la rabia trajo el primer insulto que dejó la primera herida no física, esa que dispara el alma. La agresión nació.

Los años seguían pasando. Sus encuentros se volvieron rutina. La agresión verbal continuó creciendo. Se instaló con todo su abecedario. Se volvió normal. El amor perdió su esencia y se convirtió en costumbre. Llegó un día que todo colapsó. Y cuando las heridas estuvieron a punto de convertirse en físicas,  ambos corazones ya no pudieron soportarlo más. Uno de ellos huyó.

Quiso recuperar el tiempo perdido. Quiso buscarla. Quiso reconstruir lo que ambos destruyeron pero jamás se animó a hacerlo. Las palabras hirientes aún retumbaban en sus oídos. La herida casi física lo lleno de vergüenza. Ganó el orgullo y la desolación se instaló en él.

Un día despertó con una pizca de esperanza. Sabía que “el que ama no puede pensar todo lo da y el que quiere pretende olvidar y nunca llorar” Y él la amaba. El orgullo tomó un descanso y un creciente júbilo lo impulsó a buscarla. Sin embargo al llegar a su casa las flores amarillas que llevaba contrastaban con los trajes oscuros del gentío. Ya era tarde. Ella había partido.

jueves, 16 de enero de 2020

EL SALVADOR

Sintió como una mano la cogió del brazo empujándola hacia delante. Inmediatamente empezó a temblar y su rostro empalideció.



Silvana estaba agachada lavando la ropa de la familia. Era un poco complicado hacerlo pues su inmensa barriga de 8 meses de gestación no le daba la agilidad suficiente que añoraba.

Su hija de 9 años realizaba las tareas diarias de la escuela mientras su esposo terminaba de arreglar una instalación eléctrica en el hogar.

A finales de los 90, Silvana como millones de madres peruanas de clase media baja, lavaban la ropa a mano. Ella acompaña su faena con música. Agua Marina, Armonía 10 y Ruth Karina cantaban sus grandes éxitos en la hoy desaparecida Radio Fuego.

La parte más complicada del lavado para ella era el enjuague. Tenía que arrojar toda el agua de la tina hacia el desagüe para poder llenarla con agua limpia. Debido a su estado, siempre llamaba a su esposo para que él cargara la pesada tina por el pasaje que llevaba hacia el hueco del desagüe.
Sin embargo, Silvana recordó que su esposo estaba manipulando las instalaciones eléctricas y creyó que no era conveniente que regrese a su labor con las manos húmedas. Pensó en su hija de 9 años pero la muy renegona no le gustaba que la interrumpan cuando estudiaba. Esta chancona de mierda, murmuró Silvana entre molesta y orgullosa.

Como buena chola trabajadora y guerrera, ella misma alzó la pesada tina. Caminaba despacio tratando de mantener el equilibrio pues los 2 kilos 800 de su bebé eran un peso adicional. Se demoró 20 segundos llegar hasta el buzón del desagüe. Se agachó para botar el agua sucia y justo cuando estaba por erguirse una patadita del bebé hizo que perdiera el equilibrio.

Sintió como una mano la cogió del brazo empujándola hacia delante. Inmediatamente empezó a temblar y su rostro empalideció.

Mamá ¿qué te ha pasado?, preguntó su hija asustada mientras llamaba a gritos a su padre. Armando bajó del segundo piso. Pensó que se había caído. ¿Qué ha pasado mujer? Gritaba mientras Silvana seguía temblando. A los pocos segundos las primeras palabras entrecortadas salieron.

Un…una ma...mano. Una mano. Me ha empujado una mano y no hay nadie ahí. Me ha tocado un muerto. ¡Un muerto! gritó desesperadamente.

Su esposo salió corriendo hacia el pasaje de la casa en donde el buzón del desagüe seguía abierto. Lo tapó. Luego a viva voz lanzó todas las lisuras conocidas y aquellas que su hija recién pudo conocer.

Ya está. Dijo Armando orgulloso de haber “espantado” al muerto, fantasma, ser, alma o como se quiera llamar. Con las lisuras las almas se van de la casa y ya no nos molestarán, dijo más tranquilo intentado calmar a la pequeña chancona que abrazaba a su madre y acariciaba a través de la panza a su hermanito.

Una hora más tarde. Silvana, más calmada, repasó en su mente lo ocurrido. Se revisó el brazo por si había una marca. Las creencias que heredó de su familia decían que cuando te agarraba un muerto te aparecen como moretones. No había marca, ya no había susto.

De pronto una nueva patadita de su bebé iluminó su mente. ¡Me ha salvado! Gritó Silvana. Yo había perdido el equilibrio y sino fuera por el empujón me hubiera caído en el buzón. ¡Me ha salvado! Y quizás pude haber lastimar a mi bebé, les dijo a su esposo e hija. Luego de aquello la familia hizo una breve oración agradeciendo a aquel fantasma salvador y disculpándose por no saber entender lo ocurrido. Sobretodo Armando que no habló lisuras en mucho tiempo.

jueves, 9 de enero de 2020

EL IMPACTO

Fue un golpe seco que coincidió con el toque final de la batería en la canción “The Trooper” de Iron Maiden. Rápidamente se sacó los audífonos. Tardó unos segundos en darse cuenta que una joven, de pequeña estatura, estaba en el suelo desconcertada y con el rostro rojo de la vergüenza.

Todo ocurrió en una esquina. El metro ochenta y siete de Armando chocó con el metro cincuenta y dos de Vanessa. Los 35 centímetros de diferencia en talla no fueron impedimento para una atracción inmediata.

- ¿Estás bien?
- Sí, sí, decía Vanessa aún con el rostro rojo mientras recogía, un labial, un lapicero y una libreta que salieron de su cartera tras el choque.
- Lo siento muchísimo estaba muy distraído y concentrado en mi música, en serio discúlpame, dijo apenado Armando mientras la ayudaba a recoger sus cosas.

Ya reincorporados Armando y Vanessa se presentaron y se rieron un poco de la situación. Juntos caminaron por unas cuadras hasta la avenida principal donde Vanessa esperaba el Bus Azul. Ya casi eran las once de la noche pero afortunadamente el bus hizo su aparición.

- Gracias por acompañarme Armado.
- No nada, más bien nuevamente disculpa espero no te hayas lastimado.
- No todo bien. Fue una loca experiencia.
- Sí, jajaja nunca me había pasado.

Antes de abordar el bus Armando ya le había pedido su número de teléfono a Vanessa que se lo dio sin mayor reparo. La vio alejarse dentro del bus y pensó que la forma tan inusual de conocerla era la señal que tanto tiempo andaba esperando.

Tras ese primer encuentro Armando y Vanessa se fueron al cine, fueron a bailar, jugaron Play Station, volvieron a ir al cine y planearon juntos un viaje. Se habían enamorado. Todo esto imaginado por Armando se esfumó al prender el televisor.

Impactado e incrédulo observaba la pantalla. Un Bus Azul fue atacado por unos delincuentes. Varios pasajeros habían sido baleados. El rostro de Vanessa apareció como una de las víctimas mortales. 

jueves, 2 de enero de 2020

LA FOTOGRAFÍA


Un inesperado suceso alborotó a toda mi familia la mañana de un sábado de 1993. Las carcajadas de mi madre se escuchaban muy fuerte. Me despertaron. Salí de mi cama para descubrir el porqué de tanto bochinche.

Mi baja estatura no ayudaba a poder ver bien qué era aquello que todos rodeaban. ¡Es una cámara! gritó mi padre y me la mostró.

Aquel modelo de 1993, era una cajita negra y rectangular de marca Kodak. Apenas la ví supe que tenía magia en su interior o al menos eso creía a mis 4 años de edad. Cuando  mi primo Lalo, apretaba uno de sus botones todos se quedaban inmóviles mientras un destello de luz salía de aquel aparato. 

La costumbre siempre era ir con mi mamá al mercado a comprar las provisiones para la semana. Pero aquel día todos nos alistamos con nuestra ropa de domingo en un sábado.

Mi padre usó pantalón crema y saco marrón. Mi mamá se esmeró en peinarme y eligió recoger todo mi cabello es dos colitas. Así se te ve más linda, me dijo. 

¿Ya están todos listos familia? Necesito revelar este rollo, dijo mi primo Lalo. Todos salimos al patio de la casa y los primeros en quedar petrificados por el "flash" fueron mis tíos. El pánico se apoderó de mí y corrí hacia mi cuarto. No podía permitir que esa luz controlara mi mente, no quería dejar de moverme. Me rehusé ante las súplicas de mi mamá para que saliera.

Finalmente mi papá entró a mi cuarto. Aún no lo comprendes pero con una foto recordarás tu niñez,  dijo mientras acariciaba mi cabeza. Su tranquilidad y su mirada calmaron mis miedos, entonces me tomó entre sus brazos y me alzó diciendo “upa”.

Sin embargo la tranquilidad me duró muy poco y el miedo nuevamente apareció cuando llegamos al patio. Toda mi familia gritaba mi nombre, haciéndome gestos raros, mostrándome mis muñecas y peluches para que fijara mi vista al lente. No lo hice y posé mi mirada en el árbol de la casa.

Sentí que mi papá se quedó inmóvil  y su sonrisa también. A los pocos segundos me bajó y yo eché a correr a mi cuarto, esta vez no volvería a salir.

Veintiséis años después de aquel suceso, mientras mi mamá ordenaba su cuarto encontró un viejo papel. Me lo mostró y entonces recordé el miedo absurdo que tuve. Al final mi papá tenía razón. Gracias a la fotografía pude recordar esta historia de mi niñez.

FRÍO EN VERANO

Luces, torta, bocaditos, tragos, música. Todo estaba listo para la fiesta de Julio. Me tomó un par de horas adornar la terraza y acomodar l...