Mi
primer contacto de cerca con la muerte fue cuando tenía 7 años. Los pasos
presurosos de mis vecinos de un lado a otro, el llanto de algunas mujeres, la
mirada aturdida de Sergio y su papá acostado sobre el suelo; me hicieron saber
que algo había alterado la constante tranquilidad de mi barrio.
Sergio
vivía al frente de mi casa. Era 5 años mayor que yo pero eso no fue impedimento
para que siempre quisiera jugar conmigo desde que yo tenía 2 años según mi
mamá, pues yo no recuerdo. Quizás nos hubiéramos convertido en grandes amigos y
pudiera hoy recordarlo mejor pero todo cambio desde aquella noche de jueves.
- Señor una salchipapa.
- Camilita de sol o de cincuenta.
- De cincuenta señor
- Cremas.
- Mayonesa, mostaza y kétchup.
Las
salchipapas eran la sensación en los noventa y de a pocos en cada esquina de
los barrios aparecían los llamados carritos salchipaperos o sangucheros. Uno de
los dueños de aquellos carritos era el papá de Sergio. Todos mis vecinos le
compraban. Se había convertido un ritual juntarse con los amigos en esa
esquina.
En
mi caso sólo iba a comprar y regresaba corriendo a casa. Mis tíos que
estaban a cargo de mi cuidado mientras mis padres trabajan, no les gustaba que
esté en la calle. Es más, mi tío me veía desde la puerta de mi casa mientras yo
corría feliz a comprar.
- Y cuando seas grande ¿qué quieres
ser?
- Quiero ser como mi papá.
- ¿Vas a vender salchipapas?
- Y tú, ¿qué quieres ser?
Me
quedé en silencio por varios segundos, sin saber que responder hasta que un
grito nos sobresaltó.
- Sergiooooooo, Sergioooooooo llama a
una ambulancia, corre a la comisaria, apúrate.
Tras
los gritos de la mamá de Sergio, todos mis vecinos salieron de sus casas. En
ese momento sentí como me elevaba. Mi tío me cargó y me llevó adentro. En sólo
segundos un tumulto rodeó el carrito de las salchipapas.
- ¿Qué pasa tía?
- Nada hija no mires, no mires.
Mi
tía me decía esto mientras una de sus manos tapaba su boca y la otra intentaba
taparme los ojos. En ese momento el tumulto se fue disipando y vi solo las
piernas del papá de Sergio tumbadas en la vereda.
En
ese instante no comprendí inmediatamente que había pasado. Pero todo fue
entendido a los pocos segundos cuando la mamá de Sergio empezó a llorar con
desesperación.
Cuando
llegó mi papá a casa, salté a abrazarlo y lloré desconsoladamente.
- ¿Qué te pasa?
- Papá nunca te mueras por favor.
- Tranquila hijita, tranquila.
Recuerdo
que lloré hasta quedarme dormida, aterrada recordando una y otra vez al papá de
Sergio. Miles de preguntas llenaban mi cabecita inocente e intentaban entender qué
era la muerte.
La
vida continuó en el barrio. Los niños crecieron, los jóvenes maduraron y los
adultos se volvieron más sabios. Desde aquel día ya no me sentí la niña
protegida por su familia, ese día comprendí que había muchos Sergios en el
mundo y me sentí afortunada de no ser uno de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario