martes, 5 de febrero de 2019

LA MUERTE DEL PAPÁ DE SERGIO


Mi primer contacto de cerca con la muerte fue cuando tenía 7 años. Los pasos presurosos de mis vecinos de un lado a otro, el llanto de algunas mujeres, la mirada aturdida de Sergio y su papá acostado sobre el suelo; me hicieron saber que algo había alterado la constante tranquilidad de mi barrio.
Sergio vivía al frente de mi casa. Era 5 años mayor que yo pero eso no fue impedimento para que siempre quisiera jugar conmigo desde que yo tenía 2 años según mi mamá, pues yo no recuerdo. Quizás nos hubiéramos convertido en grandes amigos y pudiera hoy recordarlo mejor pero todo cambio desde aquella noche de jueves.

-          Señor una salchipapa.
-          Camilita de sol o de cincuenta.
-          De cincuenta señor
-          Cremas.
-          Mayonesa, mostaza y kétchup.

Las salchipapas eran la sensación en los noventa y de a pocos en cada esquina de los barrios aparecían los llamados carritos salchipaperos o sangucheros. Uno de los dueños de aquellos carritos era el papá de Sergio. Todos mis vecinos le compraban. Se  había convertido un ritual juntarse con los amigos en esa esquina.
En mi caso sólo iba a comprar y regresaba corriendo a casa.  Mis tíos que estaban a cargo de mi cuidado mientras mis padres trabajan, no les gustaba que esté en la calle. Es más, mi tío me veía desde la puerta de mi casa mientras yo corría feliz a comprar.

-          Y cuando seas grande ¿qué quieres ser?
-          Quiero ser como mi papá.
-          ¿Vas a vender salchipapas?
-          Sí, pero tendré un restaurante y seré el cocinero.
-          Y tú, ¿qué quieres ser?

Me quedé en silencio por varios segundos, sin saber que responder hasta que un grito nos sobresaltó.
-          Sergiooooooo, Sergioooooooo llama a una ambulancia, corre a la comisaria, apúrate.

Tras los gritos de la mamá de Sergio, todos mis vecinos salieron de sus casas. En ese momento sentí como me elevaba. Mi tío me cargó y me llevó adentro. En sólo segundos un tumulto rodeó el carrito de las salchipapas.

-          ¿Qué pasa tía?
-          Nada hija no mires, no mires.

Mi tía me decía esto mientras una de sus manos tapaba su boca y la otra intentaba taparme los ojos. En ese momento el tumulto se fue disipando y vi solo las piernas del papá de Sergio tumbadas en la vereda.
En ese instante no comprendí inmediatamente que había pasado. Pero todo fue entendido a los pocos segundos cuando la mamá de Sergio empezó a llorar con desesperación.
Cuando llegó mi papá a casa, salté a abrazarlo y  lloré  desconsoladamente.

-          ¿Qué te pasa?
-          Papá nunca te mueras por favor.
-          Tranquila hijita, tranquila.

Recuerdo que lloré hasta quedarme dormida, aterrada recordando una y otra vez al papá de Sergio. Miles de preguntas llenaban mi cabecita inocente e intentaban entender qué era la muerte.
La vida continuó en el barrio. Los niños crecieron, los jóvenes maduraron y los adultos se volvieron más sabios.  Desde aquel día ya no me sentí la niña protegida por su familia, ese día comprendí que había muchos Sergios en el mundo y me sentí afortunada de no ser uno de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

FRÍO EN VERANO

Luces, torta, bocaditos, tragos, música. Todo estaba listo para la fiesta de Julio. Me tomó un par de horas adornar la terraza y acomodar l...