miércoles, 16 de agosto de 2017

EL SEXTO ESCALÓN


No pudo mantener el equilibrio y cayó por la escalera. La vi en cada peldaño en cámara lenta. Su cansado y pesado cuerpo sólo se dejaba caer sin poner el más mínimo esfuerzo. La película se detuvo en el sexto escalón.


Tenía tres hermanas mayores que siempre me engreían. Mi mamá me acurrucaba y me protegía del frío. Yo era su favorito, es verdad. Mis hermanas eran más independientes y siempre jugaban por toda la casa que era compartida por tres familias incluida la mía. Era una pensión.

En la noche cuando las luces se apagaban se escuchaban los ronquidos de Saúl, nuestro vecino. A mí no me gustaba para nada él. Cada vez que mi mamá y yo nos acercábamos para recoger la leche que nos dejaban en la puerta, siempre nos miraba con desprecio y decía palabras que no lograba entender. Mi mamá decía que era un extranjero.

Pero creo que los extranjeros éramos nosotros porque las otras dos familias si se entendían entre sí, no hablaban nuestro idioma, eran más altos y siempre estaban muy ocupados. A mí me gustaba jugar con Camila. Era una niña de 7 años. Aunque no entendía ni una de sus palabras siempre tenía una mirada noble y era amorosa conmigo. Nos volvimos inseparables.

Un día mi mamá me dijo que mis tres hermanas iban a mudarse a otra casa porque la esposa de Saúl, Irma, dijo que ya éramos demasiados en la pensión. Mis hermanas ya estaban grandes así que podían valerse por sí mismas, así decía mi mamá.

Cuando mis hermanas partieron me sentí muy solo. Mi mamá siempre salía muy temprano , me traía la comida y me daba leche fresca. Camila también ya no estaba mucho en la casa porque tenía que ir a un lugar llamado "colegio".

Pasaron días, semanas y meses. Extrañaba a mis hermanas. Mi mamá me dijo que estaban bien que no me preocupara por ellas. Pero la verdad mi única preocupación era mi madre. Cada vez caminaba más lento y ocasionalmente vomitaba.  Una vez vomitó de casualidad en el medio de la sala. El señor Saúl y la señora Irma se molestaron. Yo me daba cuenta porque hablaban fuerte y ceñían las cejas. Pensé que nos echarían de la pensión pero afortunadamente no fue así.

El día de mi “cumple mes” número siete, Camila me regaló una chompa de lana roja. Me sentí muy abrigado aunque yo prefería el calor de mi mamá.


Ese día ella volvió tarde a la casa. Apenas entró a la sala, la abracé fuerte pero algo estaba mal. Ella tosía mucho, se le notaba muy enferma y volvió a vomitar. Esta vez el señor Saúl no se molestó, era extraño, sólo la dejó pasar hacia las escaleras.

 
¡Mamá! ¡Mamita! ¿Dónde vas? Hace mucho frío para ir a la azotea, le dije.

Intente detenerla pero Camila me abrazó, noté que estaba llorando. Todos los que vivían en esa pensión estaban mirando a mi mamá con cara de tristeza. No entendía que pasaba.

¡Ayúdenla! ¡Ayúdenla! – gritaba desesperado.

La señora Irma por fin se movió en intentó darle de beber agua, pero mi madre la ignoró y siguió subiendo. De pronto, no pudo mantener el equilibrio y cayó por la escalera. La vi en cada peldaño en cámara lenta. Su cansado y pesado cuerpo sólo se dejaba caer sin poner el más mínimo esfuerzo. La película se detuvo en el sexto escalón.

Al principio no entendí lo que pasaba. Pero Camila empezó a llorar desconsoladamente mientras me abrazaba fuerte. Entonces supe que mi madre estaba muerta. En ese instante milagrosamente logré entender por primera vez las palabras de Camila. 


"Mi gatito hermoso, tu mamita le han dado veneno pero ahora yo siempre te cuidaré, siempre".


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