El clásico sonido de los pájaros anunciaba un nuevo día. Manuel hizo lo de costumbre. Se
dirigió al baño, se lavó la cara, se cepilló los dientes, tomó una ducha y se
preparó para salir a comprar el periódico.
Mientras caminaba por las calles aún vacías miraba la vereda
e intentaba no pisar las rayas. Este juego mental lo trasladó en sus recuerdos hace
53 años haciendo exactamente lo mismo pero junto a Dalia.
Dalia, era su novia. La amó desde la primera vez que la vio
en la facultad. Dalia era escritora y siempre estaba hablando de publicar en
algún importante diario de la ciudad; quizás una columna, una crónica o mejor
aún todo un libro.
Esos recuerdos hicieron que sonriera mientras a la par
sonrió al muchacho del puesto de periódicos que, como todas las mañanas, le
entregó su “pasatiempo matutino”. A sus 78 años, Manuel dedicaba su vida por
completo a la lectura: el periódico en la mañana, un libro por la tarde e
historietas por la noche. Qué diferente era su vida a la de hace 53 años.
Apenas y leía los libros que Dalia le daba.
Mientras miraba en el
espejo su rostro cansado lleno de arrugas, recordó aquella vez en que Dalia le presentó el libro “El Retrato de Dorian
Gray” de Oscar Wilde. Manuel ahora reflejaba el rostro de Dorian pero sólo por
las arrugas no por la maldad.
Dalia siempre estaba en sus recuerdos. Nunca dejó de amarla,
la siguió amando cuando se enteró que lo dejaría para irse a Europa por una
beca para estudiar literatura, la siguió amando cuando se enteró que encontró
por allá un nuevo amor, incluso la siguió amando cuando supo que se casaría, la
siguió amando siempre pero nunca hizo absolutamente nada.
¿Qué podía hacer a estas alturas? Dalia debe ser una anciana
como él, disfrutando de sus hijos, nietos, aquellos que él no tuvo, aquellos
que siempre soñó. Pensó buscarla, averiguar que fue de ella, sólo de imaginar
volver a verla en persona a estas alturas de su vida le produjo una extraña
sensación.
Manuel pensó que la mejor forma de ubicarla era llamar al
periódico en donde tantos años ella trabajó. Lo abrió y con la ayuda de una lupa,
buscó en cada esquina del diario si había algún teléfono.
Fue entonces que se topó aquel nombre escrito y un fuerte
temblor invadió su cuerpo. Acercando su ojo derecho mucho más de lo necesario a
la lupa leyó cada letra dibujada mientras las lágrimas se le escapaban
surcando las arrugas de su rostro.
No era raro ver el nombre de Dalia en el periódico pero verlo junto a
una enorme cruz negra acompañada de las letras Q.E.P.D. lo fulminaron por
completo.
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