Las manos le sudaban. Disimuladamente intentaba limpiarlas en
su pantalón. Estaba frente a la mirada atenta de decenas de personas que
apagaban el sonido de sus murmuraciones.
Ella estaba lista, se supone que ensayó muy bien para este
momento. No era precisamente lo que esperaba.
Sin embargo la vio a los lejos, sintió calma y supo que era el momento de
empezar.
En la casa no se oía nada salvó el sonido frenético del
teclado durante horas. Esta adolescente era muy perfeccionista algo neurótica a
veces, bueno en realidad siempre. Quería tener la mejor exposición para el final
de sus clases de oratoria.
Podía imaginarse el
rostro cansado de su maestro que siempre se iluminaba con una sonrisa al verla,
orgulloso de su trabajo. Podía escuchar los murmullos de aquellas antipáticas
de su clase que siempre buscaban criticarla por algo. Podía percibir el aroma
del chocolate caliente que tomarían todos juntos al terminar con las
exposiciones y podía escuchar la ruidosa orquesta de los carros que transitaban
por la convulsionada avenida Alfonso Ugarte.
Todo podía, menos imaginar lo que estaba a punto de pasar.
El gran día llegó. Tenía previsto despertarse muy temprano
para volver a repasar las líneas de su “majestuoso discurso”, se sentía viva al
narrarlo, poderosa, decidida y sobre todo fuerte. Sin embargo aquella mañana
inusualmente entró su papá a verla, eran cerca de las seis de la mañana.
El auditorio estaba listo, el gran momento había llegado.
Las manos le sudaban, en realidad nunca estuvo preparada para este momento.
Su maestro orgulloso no estaba presente, más bien estaba el
rostro cansado y triste de su padre. No habían murmullos de las chicas
antipáticas estos fueron reemplazados por los de sus tías y vecinos. Intento
volverse a imaginar el olor a chocolate pero sólo pudo percibir el fuerte olor
de las flores. Mucho menos había carros ruidosos, sólo había un féretro inmóvil
con el cuerpo sin vida de su hermana mayor.
Apenas cinco minutos antes, sabía que ella tenía que dar las
palabras de agradecimiento ante sus familiares, amigos y vecinos que ahora
acompañaban el dolor de la partida.
Sabía que en ese mismo instante sus compañeros pasaban nerviosos sus
exposiciones, deseó estar ahí con la convicción de lo que ahora vivía era un
mal sueño.
Sin embargo la vio a los lejos, sintió calma y supo que era
el momento de empezar.
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