Me imagino cómo sería mi vida si llegará a los noventa años.
Con mis primeros pensamientos más superficiales me veo horrible y llena de
arrugas. Luego lo pienso mejor y me veo rodeada de nietos haciéndome cariño.
-
¿Quién ha
apagado el televisor?
-
Seguro ha
sido el abuelito.
-
Pero si estoy
viendo, no puedo pestañear un rato y encima lo desconecta.
Unos pasitos cortos pero rápidos se oían venir desde el
pasillo.
-
¿Qué tanta
bulla están haciendo?
-
¿Por qué
apagas el televisor?
-
Nadie está
viendo se gasta la corriente, carajo.
Ése era el abuelito. Inmediatamente después de renegar su
rostro cambió completamente para regalarme una sonrisa.
-
¿Cómo
estas hijita, cómo están tus papis?
Esa es la pregunta que siempre abre nuestra breve
conversación.
-
Bien,
señor muchas gracias.
Se da media vuelta y con sus pasitos cortos pero rápidos se
aproxima a uno de los muebles y se sienta a no hacer nada.
Es delgadito, su rostro está lleno de arrugas, su cabello
está cubierto de canas pero su fortaleza es envidiable.
-
Ser
anciano es lo peor que puede pasar, todo me duele – me dijo quejambroso.
-
Pero usted
está fuerte – le grito pues es algo sordo.
-
No hijita,
me duele todo, mi espalda, mi cadera, ser viejo es una desgracia.
Una desgracia pensé. Qué profunda es esa palabra,
definitivamente no quiero llegar a los noventa y sentirme así.
Nuevamente mi mente viaja en el tiempo y tengo 90. Pienso en
mi caminar lento, en que quizás mi visión esté peor, me imagino tomando el tren
eléctrico y que nadie me seda el asiento, pienso en las largas colas en el hospital
y en mi encuentro diario con la farmacia. Me imagino alimentado a un perrito que
quizás se convierta en mi única compañía.
-
Cómo la extraño
a mi amor – me dice en un suspiro el abuelito y continúa – Ella ya se fue al
cielo y yo la extraño mucho, ya sin ella para qué vivir.
-
No diga
eso abuelito usted va a vivir cien años más.
Me miró sonriente y se puso a reír. Luego con sus pasitos cortos
pero rápidos se fue a su habitación. Y en el camino nuevamente lo gruñón
apareció.
-
¿Por qué no
le han dado de comer al perro?
-
Ya comió
papá.
-
Su plato
está vacío.
-
Que ya
comió papá.
Y molesto salió al patio con el plato de comida del perro
para darle nuevamente de comer caminando con sus pasitos cortos pero rápidos.
Debe ser muy duro tener esa edad, en el aspecto de que poco a poco vas perdiendo todas tus fuerzas y el mundo de va dejando de lado. Sin embargo la palabra 'horrible' no debería caber en tu narración, la vejes es mucho más que eso -no lo sé, me imagino que también lo busco inconscientemente-. No obstante, yo a esa edad no voy a ir al Metro pues sabiendo que quizá no me cedan asiento, el mundo es cada vez es más cruel...Me marcho a una casa en el campo o en el mar a disfrutar de la naturaleza y vivir de lo que siembren mis manos, me voy a vivir de verdad...
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