-
Vamos se
hace tarde.
-
No mejor
no, tengo miedo, no puedo hacerlo.
-
No pasa
nada, confía en mí.
Al llegar todo se tornó oscuro y Sandra se desmayó.
Eran aproximadamente las 7 de la mañana. Sandra, como siempre, tenía problemas
para despertar temprano.
-
Ya
despierta vas a llegar tarde.
-
Ya voy.
-
Apúrate,
ya no te voy a volver a avisar.
Entre empujones logró avanzar hasta la parte central del
micro intentado buscar alguna comodidad en tal convulsionado transporte
público. Se topó con la mirada de Eduardo. Sí, Eduardo de aproximadamente 35
años, bigotes, pelo corto, y con su clásica camisa azul. Sandra lo conoció en
el micro y jamás le hablaba. Ella le lanzaba una tímida mirada a sus cortos 16
años.
-
¿Qué se
supone qué estás haciendo?- dijo el amigo de Eduardo.
-
No tiene
nada de malo.
-
Estás loco
es una niña, a lo mucho debe tener 15.
-
No
exageres.
-
Claro que
exagero, la conozco.
-
¿En serio?
-
Claro que
no. Sólo sé que es una niña y no hagas estupideces.
Estupideces, pensó Eduardo. No hago nada malo soy un hombre
maduro y cauto. Con estos pensamientos estuvo toda la tarde barajando la
posibilidad de hablarle por primera vez a Sandra. Total, ella ya no era una
niña, al menos eso decía su cuerpo que en más de una oportunidad se detuvo a
ver, claro sin que ella se diera cuenta. Eduardo se consideraba un hombre
respetuoso.
Desde las 6 de mañana, Eduardo ya estaba listo. Hoy era el día.
Después de mucho meditarlo hoy se atrevería por fin a dirigirle la palabra a Sandra
y estaba incluso dispuesto a invitarle a salir.
Ya se acercaba al paradero en donde ella subiría pero no apareció. Tampoco lo hizo al día siguiente.
-
Mañana es domingo
no creo que tampoco suba.
-
Bueno
mañana tampoco hay clases en su academia – Dijo Eduardo algo entristecido.
-
Tómalo
como una señal. No era buena idea involucrarte con una niña.
-
¡Que no es
una niña! Ya me tienes harto con eso.
Con evidente molestia, Eduardo abandonó a su amigo y se
dirigió rumbo al paradero a tomar su micro.
Al llegar divisó a Sandra. Estaba muy abrigada: con gorra,
guantes y chalina. Pudo distinguir lágrimas en su rostro.
-
Hola, ¿Sandra
verdad?
Ella volteó sorprendida y sin decir ni una palabra empezó a
caminar con dirección al parque municipal.
Eduardo sorprendido y algo decepcionado la siguió. Era evidente
que algo no estaba bien.
-
Sandra,
Sandra ¿qué sucede, por qué lloras?
Sandra seguía avanzando, esta vez aceleró el paso y terminó
corriendo. Eduardo también corrió hasta alcanzarla y se puso delante de ella.
-
¿Qué
sucede Sandra?
Ella lo miró y dejó notar su rostro empapado en lágrimas
pero no dijo nada. Sólo sacó un pañuelo y se limpió el rostro. Luego dio unos
pasos más hasta una banca cercana en donde se sentó. Eduardo se sentó junto a
ella.
-
No sé qué te pasa, sé que no me conoces
personalmente. Me llamo Eduardo, nos hemos visto muchas veces en el micro.
-
Sí, te recuerdo.
-
Ya sé que soy un extraño para ti, pero no me
gusta verte llorando
-
Es algo inevitable.
Sus ojos se volvieron a inundar de lágrimas. Esta vez buscó
el regazo de Eduardo y éste la abrazó sin decir ninguna palabra.
Juntos se quedaron ahí en silencio mirando a la gente pasar:
Una niña paseaba en bicicleta. Un perro se corría de su alborotado dueño que
gritaba su nombre sin parar. Una pareja de enamorados se daban el último beso
antes de que ella suba a su taxi. Y así la vida continuaba y el silencio de
ambos también.
-
Está muerta.
-
¿Cómo dices? – Dijo sorprendido Eduardo.
Eduardo no supo qué decir. Sandra sólo atinó a volver a
abrazarlo y él le acarició su cabeza.
Pasado algunos segundos. Eduardo por fin habló:
-
Se está haciendo
tarde, si quieres te acompaño a tu casa.
-
No puedo todo
el mundo está ahí, la están velando ahora.
-
Vamos se
hace tarde.
-
No mejor
no, tengo miedo, no puedo hacerlo.
-
No pasa
nada, confía en mí.
El tumulto de gente vestida de negro era la señal de que habían
llegado.
¿Y este relato? Me has dejado triste. ¿Es sólo ficción o pertenece a la vida real?
ResponderEliminarUn poco de ambos
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