“Tú la misma de ayer, la incondicional, la que no espera na…”
- - Pasaje,
pasaje señorita por favor.
Entregué mi sol cincuenta. Acompañé la entrega con una mirada de rabia,
que ni se fijó. Estaba furiosa porque,
de lo relajante que era escuchar a Luis Miguel a ser interrumpida por la gastada
voz del cobrador, expulsó de mí aquel paréntesis de meditación en medio de la convulsionada custer en donde viajaba.
- - ¿Custer?
Viajas en esa cosa, que nivel. Me dijo mi sensorial amiga con cierta
musicalidad al hablar.
Y es que nos guste o no, las custers o combis son los medios de
transporte que según un estudio del MTC, más del 70% de limeños lo utilizamos.
Luego de la interrupción con mi contacto musical, empecé a observar más
detenidamente el comportamiento de la gente en la custer. Yo viajaba en la esquina
de la última fila de asientos, así que mi vista era panorámica y privilegiada
en el interior.
- - Todo
Arequipa, Tacna, Wilson, cincuenta, cincuenta al hospital…
Decía el cobrador en cada paradero. La custer iba llena pero cuando me
refiero a llena, quiero decir que todos los asientos estaban ocupados, pero esto
para el chofer y el cobrador significa vacía.
Subió un señor con saco beige largo y sombrero, me hizo recordar a los antiguos
detectives privados. El hombre subió con maletín en mano y se quedó parado
dando la espalda a la puerta.
- - Avance,
avance no se quede en la puerta.
- - Bajo aquí
nomás señor.
- - Avance está
vacío el carro.
- - Es usted
sordo, le he dicho que bajo a unas pocas cuadras.
- - Está
obstruyendo el paso señor.
Con rostro con evidente molestia, el hombre de saco y sombrero se
acerca al chofer y le dice muy cerca al oído.
- - Es usted
sordo, ya voy a bajaaarrrrr.
Haciendo sonar más fuerte la erre de lo normal y alzando un poco la
voz, el hombre de saco y sombrero despertó a la señora del asiento reservado
que cómo casi todos los pasajeros,
estaba echándose un sueñito.
- - Oiga -
dijo con voz alta el robusto y desaliñado chofer - no me venga usted a gritar, bájese mejor.
- - No me voy
a bajar señor ya pague mi pasaje.
- - Devuélvele
su “china” cholo.
- - No señor, no
me voy a bajar.
De pronto de lo rápido que corría la custer, una frenada terminó por
despertar al muchacho de mi costado que ya estaba por usar mi hombro como su
almohada.
- - Se baja, o no arranco señor.
- - Que no me
voy a bajar yo he pagado mi pasaje.
Usted maneje con prudencia, no como un salvaje.
- - Tome taxi
señor si viene acá a quejarse, bájese de una vez.
No se hizo esperar las mentadas de madre de algunos señores que reclamaban
al chofer que avance y un sinfín de
gritos, incluidos los de la señora del
asiento reservado que a duras penas decía: que malcriado por Dios.
- - Señor deje
que viajemos con tranquilidad bájese que la gente quiere ir a trabajar.
Y en efecto, yo también tenía que llegar a mi trabajo y ya estaba algunos
minutos retrasada pero me interesó observar en que acabaría todo este loquerío;
además el hombre de saco y sombrero estaba furioso. Tendría unos cincuenta y
tantos años, alto y se le notaban algunas canas en las patillas.
- - Bájese
señor, ya deje de hacer problemas.
- - Usted hace
problemas avance que está perjudicando a todos, no me voy a bajar.
El cobrador intentaba calmar a los pasajeros que estaban impacientes.
Entonces tocó por el hombro al hombre de saco y sombrero con la intención de
bajarlo del vehículo.
- - No me
toque, me está agrediendo que se ha creído.
- - No sea
abusivo oiga, que grosero es usted- decía la señora del asiento reservado.
El cobrador era un joven de veintiocho años promedio, igual de
desaliñado como el chofer, con su camisa celeste fuera de su pantalón que hacía
un tributo al estilo de Cantinflas.
Ya habían pasado tres minutos eternos de aquella batalla dentro de la
custer en plena avenida Arequipa. La solución tenía dos opciones, o el chofer
arrancaba la custer o el señor de saco y sombrero se bajaba de una vez del
carro. Pero no, el orgullo pudo más y éste iba acompañado de los gritos e
insultos de los acalorados pasajeros.
Por fin la orquesta se terminó cuando apareció la pregunta del millón,
con voz suave y pura.
- - ¿Dónde se
baja usted señor?- dijo un escolar de unos 14 años, él vestía buzo azul con
rayas rojas.
Todos empezaron a buscar de donde salió aquella voz, otros que ya lo
habían visto lo miraban con desdén, como preguntándose ¿qué se mete este mocoso
en pleito de grandes?
- - Bajo en
Emilio de Althaus, chico- respondió más tranquilo y muy educadamente.
- - Aquí es señor,
esta es la calle en la que estamos hace cuatro minutos estacionados. Ya puede
bajarse señor.
Lamentablemente los que tomamos el servicio de transporte público todos los días nos topamos con algunos tipos intolerantes y prepotentes, saludos
ResponderEliminarBuenisimo Yale.! Como escuché una vez, muchos piensan que los escritores siempre tienen un sin fin de ideas en su cabeza y siempre estan inventando historias, lo que ellos realmente hacen es prestar atención al mundo que les rodea, es este el que les brinda buenas historias. Saludos promo ;)
ResponderEliminarGracias amigo por los comentarios saludos promo :)
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